Plegarias sin eco

Le grité 20000 veces que por favor me mirara, con actos y otra veces también en silencio, No lo hizo, me derretí en llanto, grité, me frustré y desgarré en  desesperación. La desolación me abrazó de tal manera que podía sentir al frío recorrerme de principio a fin sin dejar un solo espacio vacío. 

 

Fue tal el dolor,  que sorpresivamente cuando sentía que caería al precipicio, justo cuando comenzaba a desintegrarme, pude ver a mi niña mirándome fijamente, con esa herida profunda en sus clisos, que era evidente la estrangulaba.

 

Su aire comenzaba a consumirse, clamaba mi atención, así que me limpié las lágrimas, me senté a su lado, la contuve, al tiempo que le decía: Tranquila princesa que yo me hago cargo.

 

Ahí estaba Quirón, aguardando , observándonos fijamente, anhelando que fuese yo quien le atendiera a él, para mostrarme el camino con retorno a mi corazón.

 

Giré mi cuerpo, mi atención plena antes distraída clamando miserias, con esa persona cuyo corazón no se alineaba al mío y para quien ni siquiera era relevante ya mi presencia, se unió a la energía de Quirón, simplemente solté mi cuerpo, y liberé mi corazón. 

 

Aquí estoy; -afirmé-, mientras la lluvia resbalaba por mis ventanas del alma, al tiempo que el miedo hacía temblar más y más mi cuerpo. Sé lo que va a doler, le dije, pero estoy dispuesta si atravesándolo me unificaré y sanaré viejas heridas. Guíame en este camino de sombras sumamente luminosas, pues mi alma está en cuclillas.

 

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